¿El latín es una lengua muerta? Seguro que los hispanohablantes han oído más de una vez que lo está. Sin embargo, cabe pensar si realmente es así. Es verdad que no vamos a escuchar a nadie hablando en latín por la calle (aunque sí ha habido algún intento no muy lejano por parte de la Iglesia católica por decir la misa en esta lengua).
Sin embargo, lo bonito del hecho es que no podemos decir que esté muerta: Está evolucionada. Ese es el verdadero estado del latín. Igual que todos los océanos tienen un fenómeno que se denomina mar de fondo, los hispanohablantes tenemos el latín como nuestro mar de fondo.
Seguramente a los lectores de este artículo les gustará saber que existe una lista del siglo III o IV, llamada Appendix Probi. En dicha lista (de autor desconocido), el escritor hace recomendaciones sobre cómo deben usarse correctamente las palabras, es decir, en latín clásico. Aquí te dejo un enlace para que puedas ver este "apéndice" en todo su esplendor añejo.
Podemos suponer que el autor no se muestra muy de acuerdo con cómo sus coetáneos estaban usando la lengua, y recomienda cuáles son las palabras correctas frente a las desaconsejadas. Así, vemos algunos términos que, probablemente, los hablantes ya empezaban a utilizar en la lengua oral, por ejemplo: “rius”, “autor”, “numqua”, etc. El gramático no duda en decir cómo deben decirse: “Rivus, non rius”, “auctor, non autor”, “numquam, non numqua”.
Resulta muy curioso ver este apéndice porque nos da una visión de cómo el latín ya estaba derivando en las diferentes lenguas romances que conocemos hoy. Lo vemos con la palabra latina “numquam” que en castellano prescinde la “m” final. Pasa lo mismo con los verbos, que tan difíciles se les hacen a los estudiantes de español por culpa de las irregularidades: “muero”, “ruego”, “pienso” presentan un diptongo en la sílaba tónica. Esto no es casualidad, ya que este fenómeno ocurre con otros sustantivos como “hortus”, que deviene en “huerto”, “porta” en “puerta” o “mortem” en “muerte”: se diptongan donde la palabra latina muestra un acento tónico.
Volviendo al Appendix Probi, el afán del corrector por intentar encauzar la lengua fue inútil porque la evolución lingüística es imparable. Qué haría el pobre si levantara la cabeza y viera que todos sus esfuerzos fueron inútiles. Cabe pensar si la lengua del mañana asumirá como norma lo que hoy nos parece una aberración. Quizá esté incluida en la RAE el término “cocreta”, y lo que hoy denominamos paleto esté normalizado. Quién sabe, ¿no?
Agradecimientos por la inspiración para este artículo a Elena Álvarez Mellado, a Eduardo Basterrechea Molina y a Molinos de ideas, por su libro: “Anatomía de la Lengua”.
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